Me encontré de momento en un bosque. Un bosque lluvioso. Idílico. Los troncos de los arboles se extendían infinitamente en todas direcciones. El verde colmaba la vista si la alzaba. Eran pocos los rayos de luz que ululaban penetrando la hojareda. El vaivén de las ramas, melódico, cantaba los himnos de los arboles de aquel bosque mágico.
Caminaba jarda abajo. Buscando que mis tenis impactaran lo menos posible el musgo que cobijaba cada centímetro entre árbol y árbol. Pero cada paso que daba fracasaba en aquel menester, y cada vez que pisaba, el rocío que ligeramente se posaba sobre el manto verde de la tierra, volaba hacia mis tenis y los hacía lucir mas nuevos.
Aquí y allá, falseaba y resbalaba un poco. Sin caer, pero se levantaba el rocío frio sobre el pasto y me llegaba hasta las rodillas. Cada minúscula gota cual si fuese un aguijón de hielo sobre mi piel. Feliz; sonreía pues pensaba que el bosque me devolvía un cariño frio a cambio de mis pisadas toscas.
Mientras caminaba noté que lo que era apenas un hilo de agua clara. Iba haciendo brecha por entre medio del bosque. Partiendo el musgo. Haciendo orilla. Aquel hilo de agua que parecía contento con vagabundear serpenteante entre las raíces de los imponentes arboles iba haciéndose mas grande. Mas y mas grande hasta convertirse en riachuelo. Hasta que el borbotoneo de las aguas transparentes formaba un panegírico arrullar que se unía distintivo al cantar de las ramas de aquel bosque encantado.
Para mi sorpresa, luego de darle la vuelta al tronco de un árbol estupendamente ancho, me encontré con un botecito que flotaba placido sobre el riachuelo. Algunas ramas caídas y la escasa profundidad del agua no lo dejaban correr. Sin mucha deliberación, decidí liberarle. Con no poco esfuerzo moví las ramas a un lado. Mientras movía aquellas ramas, ocasionalmente el agua me salpicaba y me hacia suspirar del frio. El botecito, álgido, pareció entender inmediatamente mi intención y empezó a moverse lentamente con el agua. Era obvio, que si me paraba sobre el bote, tocaría fondo. Y así ninguno de los dos llegaría a ningún lado. Por tal razón instintivamente caminé faldeando la orilla de riachuelo mientras el bote se iba moviendo lento… Pero poco a poco cobrando velocidad.
El riachuelo iba ensanchando seguro. Y el botecito, animoso, iba ganando velocidad. Mi vago caminar se tuvo que convertir en paso rápido. Y luego luego daba saltos entre musgo y piedra. Estirando hasta al máximo mi poco atleticismo para poder seguirle el paso al botecito. Ocasionalmente daba un paso dentro del agua, de tal manera que mis tenis ya estaban completamente mojados y sentía que por pies tenía dos cubos de hielo. Tan concentrado estaba, calculando cada pisada, midiendo la distancia entre las ramas, estimando el grosor del limo encima de las piedras a la orilla, tratando de no pisar dentro del riachuelo, juzgando mi pésimo balance para no caer… Que no me daba cuenta que el riachuelo se estaba convirtiendo en un rio de verdad. Que el bote ya no iba lento y placido sino rápido, orgulloso… feliz.
En mi mente, como es usual, me imaginé lo peor. Imaginé que me caía en la orilla de aquel riachuelo. Que me rajaba la cabeza en alguna de aquellas piedras. Que me rompía la otra rodilla enredao en alguna de aquellas raíces. Que no volvería a ver jamas aquel botecito. Pero sobre todo que no podría compartir la felicidad de aquel bote moviéndose raudo y disfrutando de aquel bosque hechizante.
Y por supuesto…
Me caí.
De bruces. Sentí instantáneamente el golpe en mis brazos y como me hacia flaquear los músculos. Menos mal que no me di en la cabeza. Pero mis ojos quedaron fijándose en una piedra a meros milímetros de distancia. Por un momento, pensé en acostarme allí mismo. Ser parte de aquel paisaje, pero la excepción.
Recordé el botecito. Ya estaría alejándose. Me lamenté.
«Por supuesto que fallaste, tu nunca tienes buenos sueños.»
Pero…
Titubeante.
Alcé la vista.
A pocos metros, en la otra orilla, tal vez atrapado por un remolino. El botecito daba vueltas lentamente sobre el agua, y ahora pareciera que se había volteado a verme. Pareciera… Como si me estuviese esperando.
Solo tenía que cruzar el agua fría.
Y justo eso fue lo que hice.
De nuevo esforzando hasta el máximo el irrisorio atleticismo que me quedaba. Con los brazos adoloridos y entumecidos. Con el agua ahora hasta la cintura. Tratando de recordar como es que la gente se sube a un bote desde el agua y evocando solamente escenas de buenas películas. Llegué hasta el botecito. Me monté.
Y como mandado a pedir. El rio nos llevó a ambos.
Tuve poco tiempo para tiritar dentro de mi ropa, ahora casi toda completamente mojada. El frio era espectacular. Pero sonreí al darme cuenta que el rio le había hecho paso también al sol. Aquí y allá podía sentir su calor. Me recosté en el botecito. Mirando al cielo. El azul casi infinito empezaba a quebrar mas y mas el intenso verde de los arboles. Pareciera que el bosque se derretía ante mis ojos. Mas y mas rápido avanzaba el bote. Un chubasco de agua fría me sacó de mi trance.
Me erguí sobresaltado para ver, casi horrorizado, que el rio se había puesto certificablemente violento. El agua clara había dado paso a agua blanca. La marejada ahora hacia que el bote ondulara y vaiviniera.
Por supuesto…
El botecito y yo nos dirigíamos directo a una cascada.
Cero buenos sueños, recuerdan?
Y ahora las blancas aguas estaban por doquier. Miraba la orilla y ya casi no veía el verdor, el agua blanca se alzaba para impedirlo. Miré hacia el cielo; por un momento pensé que estaba lleno de nubes. Pero no, era agua que amenazaba con ahogarme a mi y al botecito. El agua nos envolvía inexorable. El frió era inescapable. La caída por la cascada inevitable.
Por un segundo, un solo segundo, un solo momento antes de caer:
Vi claramente. Que no solamente caía yo. Y el botecito. Por una cascada aparentemente gigantesca. Infinita. Sino que también. A mi derecha. Otra cascada. A mi izquierda. Una cascada aun más inmensa. Hacia abajo. Una y otra y otra y otra cascada. Hasta que el mundo entero se había convertido en una singular cascada que atrapaba todo. Engullía todo. Los planetas irresistiblemente caían en las cascadas. Las estrellas rendían su resplandor a las cascadas.
Y yo también.
Caí.
Cerré los ojos.
Los abrí.
la pinga…
si
la pinga había estado enviando mensajes a mi cerebro por varias horas. Y ahora que estaba despierto el mensaje en mi cerebro era monótono pero urgente…
t.i.e.n.e.s…C.I.N.C.O…s.e.g.u.n.d.o.s…p.a.r.a…l.l.e.g.a.r…a.l…t.o.i.l.e…a.n.t.e.s…d.e…q.u.e…e.m.p.i.e.c.e…a…m.e.a.r…